Hoy me ha llegado desde el boletín de Cuentos para dormir una reflexión con la cual estoy totalmente de acuerdo: asumir nuestras responsabilidades nos da la oportunidad de vivir el tipo de vida que nosotros deseamos y no el que la sociedad quiere imponernos. Y su consejo final no tiene desperdicio. Lo comparto:
¿Un valor que define la
actitud global ante la vida? Seguro que es de los más importantes y
conocidos, de esos de los que se habla mucho y que tienen tanta
importancia para la sociedad, como la solidaridad o la generosidad...
Pues no. Por supuesto, este valor, pudiendo cambiar actitudes, es
importante para la sociedad, pero solo de forma indirecta. Quien de
verdad experimenta sus beneficios en primera instancia es uno mismo. Si se ordenaran los valores por su generosidad, está claro que este sería de los más egoístas...
Pero es que la responsabilidad es el valor clave en cómo nos
entendemos con la vida. La vida está llena de situaciones, unas mejores y
otras peores. Y una cosa es segura, todo el mundo tiene una buena
ración de cada uno de los dos tipos de experiencias. Sin embargo,
mientras unos parecen sucumbir ante cualquier contrariedad, otros son
capaces de superarlo todo. ¿A qué se deben las diferencias?
Alguno podrá pensar que la diferencia se debe a valores como el
esfuerzo, la constancia y la capacidad de sacrificio, pero realmente no
son la verdadera razón. Por supuesto que son valores que ayudan, pero la
responsabilidad es anterior a todos ellos.
Y es que, ante cualquier contratiempo, la virtud de la responsabilidad sirve para responder a esta preguntas ¿por qué ha pasado? y ¿qué puedo hacer?
Quien no ha desarrollado fuertemente la responsabilidad, tiende a
responder la primera pregunta de forma externa. “El trabajo se entregó
tarde por culpa de Fulanito”, “el desorden del país es por culpa de los
políticos”, “fueron mis hijos quienes me sacaron de quicio”. Seguro que
has escuchado muchas veces frases como estas, y es que no es nuevo que
los adultos no nos comportemos de forma responsable. Quien, sin embargo,
tiene un fuerte sentido de la responsabilidad, contesta esta pregunta
de forma interna: “si yo me hubiera planificado mejor Fulanito habría
tenido más tiempo”, “casi no ayudo nada a mejorar las cosas, conozco
muchos casos de corrupción y no he denunciado ninguno”, “debería haberme
calmado antes de entrar en casa sabiendo que tuve un mal día”.
¿Y cuál es la diferencia? La respuesta a la segunda pregunta. Que
quien está en el primer caso no puede hacer nada. Quien cree que todo
tiene su origen en causas externas, no puede hacer nada más que ser
testigo de su desgracia, o intentar cambiar a otros. Pero si ya es muy costoso cambiarse a uno mismo, ¿cuánto más costoso será conseguir cambios en los demás?
Quien es profundamente responsable, sin embargo, siempre puede hacer
algo al respecto, pues todo pasará por un pequeño cambio en uno mismo,
algo mucho más fácil de conseguir que cambiar a otros.
Es importante remarcar que, objetivamente, la causa o la “culpa”
puede ser claramente externa, y que quien no ha desarrollado ese sentido
fuerte de la responsabilidad tenga razón. Podría ser que Fulanito fuera
muy lento, los políticos unos sinvergüenzas y los niños unos
maleducados. Pero eso da igual. Lo que importa es que, por pequeño que
sea lo que podemos hacer, siempre podemos hacer algo por mejorar las cosas, y la responsabilidad nos enseña el mejor y más fácil camino: empezar por uno mismo.
Por eso las personas verdaderamente responsables, aunque sufran los
mismos reveses que cualquier otra persona, tienen una actitud que les
ayuda a sobreponerse y llegar mucho más lejos.
Y es que, a nivel mental, esta diferencia es importantísima, porque
no es lo mismo sufrir lo que nos vaya tocando en la vida, que tomar las
riendas de esa vida. Es la diferencia entre un barco que navega a la deriva, y uno con alguien al timón.
Quien viaja en el primero se quejará e increpará a las nubes, las
corrientes y el oleaje, pero nunca llegará a buen puerto, salvo por gran
casualidad. Quien pilota el segundo aprenderá de las nubes, las
corrientes y el oleaje y, cambiando el timón del barco, tarde o temprano
conseguirá dominarlas para llegar a su objetivo.
Pero ser responsable tiene una dificultad especial. Es muuuucho más fácil echar las culpas fuera y quedarse sentado gritando a las nubes,
que levantarse y agarrar el timón con fuerza. Y a veces la tentación,
el miedo o la facilidad para hacerlo son muy grandes. La responsabilidad
requiere de ese ejercicio de vigilancia y ese esfuerzo extra por evitar
el camino más fácil, el de la inacción.
¿Y cómo se enseña? La responsabilidad es un valor que se enseña casi
sin querer, sin apenas darnos cuenta. Porque, al contrario de lo que
ocurre con muchos otros valores, que no dan muchas ocasiones para verlos
en acción, la vida nos ofrece multitud de pequeños instantes en los que nuestra responsabilidad se pone en juego: bastará con vernos actuar ante cualquier contrariedad. Para bien o para mal, nuestros hijos tomarán buena nota.
Si al revisar ahora cómo actúas en este apartado sientes que tienes que mejorar, bastará con seguir un consejo: sea lo que sea “no te quejes, involúcrate”.